domingo, 31 de enero de 2010

SI VIAJAS EN MICRO

Un paseo por las calles de Trujillo no es nada placentero si se ha elegido hacerlo en micro. Desde luego, resulta descabellado hacer el viajecito en este tipo de vehículo urbano, salvo que se tome el asunto como de motivo para un trabajo de investigación sociológica, como se verá.
Es un día laborable cualquiera y tú tomas el micro de siempre. Como es de mañana y hay poco pasajeros a bordo, el cobrador se ahorra su “al fondo hay sitio”.
Todo está tranquilo, hasta que el chofer se encuentra con el primer informador de hora, quien le dice que el micro que va delante le lleva tres minutos. Son las palabras mágicas que transforman el panorama. El micro baja abruptamente su velocidad y todos sienten que van al paso de un trencito a cuerda, que hace interminable el trayecto de una esquina a otra.
¿Qué sucedió? Que el micro que lleva la delantera se está levantando todos los pasajeros y no habrá a quien recoger en las próximas esquinas. Así que lo mejor es ir despacio mientras se llenan los paraderos, qué importa.
Si vas a tu trabajo o a tus clases y quieres llegar a tiempo, estás frito. Tres, cuatro, siete cuadras de recorrido y el micro no deja de lado la velocidad del trencito.
Como la mayoría de pasajeros son obreros y estudiantes del cerro arriba, sin otro sencillo que el pasaje de ida y vuelta (el cobrador, vivazo él, se aseguró en cobrar por adelantado), no hay otra salida que soportar al del volante, quien ha subido el volumen de la radio y mientras se rasura a pinzazo limpio, comenta con su cómplice acerca de, por ejemplo, las probabilidades de fregar al colega de atrás, que ya no demora en asomar y es hora de dejarlo sin pasajeros.
No falta por ahí alguien dispuesto a hacer valer sus derechos, pidiendo al chofer que, por favor, vaya un poquito a prisa porque le gana la hora. A lo que el cobrador, en abierta matonería, responde que por qué no tomas tu taxi, compadre.
En el siguiente paradero el dueño del timón se informa que el bendito micro que va a la vanguardia le lleva ahora once minutos. Es el momento de ajustarse los cinturones, porque el susodicho se mandará con tal velocidad de jet… que si vas a bajar (el bólido sólo se detiene un tantito para tal fin) tienes que tener dotes de acróbata para no darte de narices contra la vereda. Tal destreza es indispensable también para quienes van abordar el Concorde en estas circunstancias.
El pitazo policial que todos escuchan no es señal que la esperada justicia llegó, porque de antemano se sabe que no habrá ninguna amonestación para los malos de la película. El jet para en seco y a la consigna de “pásame dos soles” baja presuroso el matoncito. La siguiente escena es vista desde las ventanillas y en pantalla gigante: el policía encara la falta mientras el otro se disculpa alcanzando los documentos de rigor (cuidando de deslizar entre éstos las monedas). El custodio devuelve los documentos, pero mantiene tres dedos cómplices apretados a la palma de su mano. Muy correcto él, aconseja que para la próxima hay que tener mucho tino para el manejo, ah. Grandísimos farsantes.
A estas alturas un hombre sube al trencito-jet, se acerca al chofer que apaga la radio y todos saben que es un vendedor de caramelos que se gastará algunas bromas o se meterá clavos en las fosas nasales o se mandará con la cumbia de moda, antes de ofrecer sus productos. Pero no. El tipo, con la cara más lastimera del mundo, pide la colaboración de los presentes: es de Piura y no tiene dinero para operar a su mujer de una hernia estomacal. Antes de que todos piensen que es un charlatán más, ahí va la aludida mujer mostrando de asiento en asiento y con total descaro un horripilante colgajo de carne, a la altura del ombligo. Ante tamaña evidencia, no hay otro camino que sacrificar el pasaje de regreso, con la seguridad de que Diosito te lo devolverá a la vuelta de la esquina.
Esta crónica no es más que un brevísimo esbozo de la investigación mencionada al principio, que se robustece con un nuevo dato cada día, como aquello de las suspensiones a que son merecedores cobradores y choferes, o de la suma diaria que acopian las empresas producto de las multas de sus unidades por retrasos de hora.
Como en la viña del Señor, deben andar por ahí los buenos de la historia –que, para ser francos, es como dar con los números acertados de una lotería-, que no creerán verse retratados en las actitudes del par de marras de esta crónica. Para tal caso, sirve aquello de que cuando llueve todos se mojan. O, en todo caso, que justos pagan –con pasaje completo- por pecadores.

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