domingo, 31 de enero de 2010

El poeta a su amada

No es que Vallejo poetice acerca de una de sus cuitas amorosas; sencillamente, expresa, vía su yo poético, los sentimientos de un amante a su pareja. Un amante especial, por cierto; es un poeta, un amante sensibilísimo por antonomasia.

Amada, en esta noche tú te has crucificadosobre los dos maderos curvados de mi beso,y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.

La estrofa inicial nos enfrenta a términos eminentemente católicos (maderos, Jesús, viernes santo) que nos trasladan al momento culminante en la vida de Jesucristo: el momento de su sacrificio supremo, la entrega total, para enmendar las faltas, pecados del prójimo.
Vallejo ya nos ha instalado, de plano, en un contexto, más que cristiano, luctuoso. La amada, de algún modo, se encuentra en una especie de inmolación (en esta noche tú te has crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso reconoce el poeta), porque el beso ha sido forzado, dado sin amor, en todo caso. El poeta no está ajeno a ello: es tanta la pena –profundísima pena- que le ha transmitido ese beso, que, comparado con un viernes santo -tan sentido por la inmolación cristiana, no cabe duda-, es más dulce que el beso recibido. Acertadísima comparación.
Pero no sabemos el motivo de esa pena, aún. ¿Es una despedida? ¿Un reproche?

En esta noche rara en que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.


Este encuentro amatorio no es tan exultante como debiera ser, ya lo sabemos. No hay cabida para la palabra bonita, la caricia tierna, la fresca sonrisa, el consentimiento cómplice; todo está concentrado en una mirada que no es más que una sensación de nulidad de emociones en una noche como pocas: (En esta) noche rara en que tanto me has mirado.
El siguiente verso, la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso, nos da luces que la relación está por deshacerse, o quizás se anuncia la muerte de uno de los dos. La tradición popular arrastra la idea de la Muerte representada por un esqueleto guarecido por una capa negra y una guadaña amenazante, siempre al acecho de una próxima víctima para derivarlo al Purgatorio –que no es el infierno-; así, paciente, próximo al triunfo, no dejará de bailar en su ósea constitución. La danza de la muerte es también un conocimiento que la historia pagana nos la transmitió vía la cultura occidental.

En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Con estos dos versos tenemos mejores luces para desentrañar las razones del estado de los amantes. En esta noche de setiembre se ha oficiado… ¿Por qué no escribió octubre o diciembre…? Debemos saber que las palabras no están puestas gratuitamente en un texto literario. La mención al mes de setiembre enfatiza, en contraste, lo que conlleva este mes: Setiembre, mes de la primavera, de la alegría, la juventud, todo ello contrasta con lo que ocurre en esta relación. Lo que sigue, (se ha oficiado) mi segunda caída y el más humano beso, nos aclara que el suceso se está dando por segunda vez; es un segundo tropiezo, quizá ocasionado por él. Sin embargo, hay un manifiesto agrado de su parte, pues se ha oficiado el (su) más humano beso. Nueva reminiscencia de la cultura católica: el ósculo santo, presente en 1 Pedro 5:14 y Romanos 16:16, nos da cuenta de un humano beso, encomendado por Jesucristo, en señal de agradecimiento a sus más preclaros seguidores. Lo que nos da visos de que el beso recibido lo toma como señal sino de agradecimiento, sí de perdón. ¿Perdón, por qué? No lo sabemos aún.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Arribamos a la cuarta estrofa y lo que descolla es el imperativo del poeta, pues convoca a una muerte en conjunto (Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos). Tiene la certeza de que la relación va en descenso, camino a su término (se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura), a la esperanzada muerte –desaparición, acabamiento, en todo caso- de la relación. Suponemos que, si los hubieren, los besos serán menos que salobres, quizá acídulas, carentes ya del mínimo azaroso crispamiento labial (y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos).

Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos;ni volveré a ofenderte. Y en una sepulturalos dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

Es la última estrofa y la verdad es, por fin, develada. Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos, dice el poeta, con la seguridad de que es el causante de todo ese desamor; por eso, clama perdón ante una ofensa (ni volveré a ofenderte) no esclarecida, pero falta, al fin.
Y el sentimiento de la muerte, ya no de la relación, es una flagrante necesidad que la ausencia del amor exige, y que el poeta lo resuelve en un imperativo funéreo: Y en una sepultura los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

Vallejo, gran lector de la Biblia, no emplea “moriremos”, porque le asiste el conocimiento de una nueva vida sin la muerte terrenal. Quizá recordó Lucas 20: 36, cuando afirma: “porque ya no pueden más morir, porque son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” refiriéndose al amor celestial de los esposos, amantes, en todo caso. Es la razón por la que culmina el poema enfatizando en una unión terrenal preparada para seguirla en los cielos, en una sencilla continuación de las relaciones terrenales entre los cónyuges. Por eso escribe dormiremos, como dos hermanitos.

El mensaje es claro: las relaciones extintas en este mundo, tiene su oportunidad en los cielos, por encima de ofensas o deshonras, pues encontrarán, en Dios, el vínculo que les ha unido en la tierra. (Revista Espergesia - UCV - enero de 2010)

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