lunes, 12 de agosto de 2013

ES QUE ASÍ ESCRIBE CORTÁZAR... (Crónica de una iniciación literaria)

Julio Cortázar fue un escritor argentino nacido en Bélgica en 1914 (en donde su padre era funcionario de la embajada argentina) y fallecido en 1984 en París, ciudad en la que residía desde 1951. Maestro de la narración breve en general, inauguró una nueva forma de hacer literatura en Hispanoamérica, rompiendo los moldes clásicos mediante innovadoras técnicas narrativas. Su obra, que transita entre lo real y lo fantástico, comprende relatos y novelas, entre estas, Rayuela es la más conocida y celebrada. Muchos escritores se han declarado deudores de su estilo narrativo y se han sentido motivados a innovar en su producción. Lo que a continuación escribiré tiene mucho que ver con el autor de Todos los fuegos el fuego, Final del juego, Bestiario, entre otros libros (de paso, mis amigos del Facebook ahora sabrán por qué comparto y adoro todas las notas y fotos de este notabilísimo escritor). En 1980, cuando yo aún frisaba los 17 años y tenía prendido el bichito de ser escritor, tomé la seria decisión de hacerlo realidad a como diese lugar (aún estoy en eso, la verdad). Deseché la idea de ir a la universidad y alenté el propósito de trabajar en lo que fuere, mientras avivaba y desarrollaba mi naciente afición. Por cierto, tenía la convicción de que la gloria de la que tanto hablaban las biografías de cuanto autor había leído, no había caído del cielo, y que todo había sido fruto de la persistencia. Y lectura y escritura, por supuesto. Para ello, con abnegada pasión, me leí los 7 tomos de un antiguo diccionario español que sacaba en préstamo de la casa de una tía, anotando las palabras que creía necesarias para escribir una novela de corte andino (estaba influido por una larga estadía en Salpo, un distrito otuzcano adonde había ido a visitar a unos familiares y terminé por quedarme a terminar el último año de la secundaria). También me devoré casi todos los libros de cuentos y novelas de la Biblioteca Municipal y de otra que estaba en la octava cuadra de Independencia, además de las obras que conseguía en los llamados “Bazar Suelo”. Fue en uno de estos en que una tarde me di con “Una flor amarilla”, una selección de los principales cuentos de Cortázar. Y ya no tuve más ojos que para este autor, que me cautivó para siempre, pues llegué a leerme todo lo que aún escribía, aunque ahora solo tenga en mi biblioteca “Los Premios”, “Rayuela” y “Un tal Lucas” Aunque ya tenía algunos relatos cuando había cumplido los 22 años, y aún veía bien lejos el día de llegar a ser un conocido escritor, por consejo de una amiga (mi musa de turno, en realidad) tuve por fin la determinación de hacerme de una carrera universitaria. Fue precisamente al siguiente año, cuando estudiaba Educación (especialidad Lengua y Literatura, desde luego), fui al cubículo de un profesor, connotado escritor regional, con la intención de que me diera ‘sus impresiones’ de uno de los cuentos al que consideraba el mejor. El profesor me recibió muy amable y empezó a leer mi texto. A los pocos minutos, cambió el semblante y puso el papel sobre la mesa y me increpó: ¿Por qué tantas ‘y’?, a lo que le respondí; “Es que así escribe Cortázar”, y replicó, un tanto enfadado: ¡Cortázar es Cortázar!”. No le dije nada más. Tomé mi obrita y salí. El cuentito de marras lo había titulado “En el mercado”, y, al parecer, el jurado de los Juegos Florales que en 1986 había convocado mi facultad, no tomó mucho en cuenta el reparo del profesor, porque lo declaró como uno de los ganadores de ese concurso. La regañina del catedrático resquebrajó en buena medida mi naciente vocación y, por mucho tiempo, fue el santo remedio para no más pedir a nadie el visto bueno a mis esbozos literarios. Pero seguí escribiendo, calladamente. 27 años después, he vuelto a visitar a este profesor. Esta ocasión, fui a su casa. Llevaba en manos mi primer libro publicado, en el que primaba el cuento que se había adjudicado el segundo lugar del Premio Copé 2010, el más codiciado e importante de los premios en el país. Desde luego, me embargaba la seguridad de que el crítico González Vigil lo consideró, a nivel nacional, como uno de los tres mejores libros debut de 2012. Como supuse, mi venerable inquisidor, esta vez valoró los méritos de la obra y se sintió muy complacido cuando le dije que fui alumno de la facultad de Educación de la UNT el tiempo que él enseñaba. No le hice recordar que yo era el mismo muchachito que algún día fui a verlo a su oficina con un cuento y la esperanza de que me ofreciera unas palabras alentadoras. Si lo habría hecho, tal vez me hubiera dicho: “Leyéndolo bien, me parece que así escribe Cortázar”. Aunque eso, a estas alturas, habría sido un halago y una mentira. (Publicado en el diario La Industria, junio de 2013)

No hay comentarios: