lunes, 22 de febrero de 2010

EN EL MERCADO



¡ELLA ES! ¡Claro! ¡Cómo no reconocerla! ¡Desde qué horas habrá estado allí! ¡Y no me había dado cuenta! ¡Qué tal si resultaba por acá! Calma, calma. La señora de al lado debe ser su mamá. Están lejos, por fin. Ni me verá. ¿Y si viene ahorita y me ve así todo mugriento vendiendo y me habla, qué hago? ¡Ya! Encargo mis cosas, me quito. ¡Chochera! Ni me mira. Señora. Tampoco. Me va a decir: “Apenas puedo con este hijo”, ya la veo. Ojalá y de ahí no más se vaya. Estar atento, nomás. ¿Qué tanto compran? Será porque es domingo. Y temprano: cuando no hay mucha gente. Mejor. Así veo bien cuando vienen. Voy al baño, chochera; cuídame la merca, ¿ok? Ni con el rabo del ojo. Pucha, más rencoroso. Pero él tuvo la culpa. Yo que vengo a trabajar de lo más tranquilo y él, qué bien, sentadote en mi sitio. Y encima se me empaló cuando le reclamé. Éramos patas y él sabía de mi mal genio. Sí, le menté la madre, boté sus cosas; pero él empezó. Si no hubiera estado ocupando mi sitio, no hubiera pasado nada. Al otro día, ya pues, dije; broncas de patas, broncas del día; pero no: hola choche, le saludo, y él nada. Ahora me pesa. Para nada me mira, y hasta me quita la clientela. Ya no dice: “Nada de quitarnos la clientela, choche, que el cliente elija”. Ya no. Qué tal si le digo: “Tengo este problemita, cocherita; porsiaca me quito, me cuidas la merca”. ¿Me responderá? Bah, así no quiera, tiene que cuidármela, yo lo conozco. Solo esperar que venga. Está tan bien vestidita. Adelita. Tan flaquita, tan blanquita. Ya estoy viendo su risita, sus dientes blanquísimos, sus mejillas levantaditas, sus ojos achinaditos… un amor. Parece mentira que haya estado conmigo esa noche, riéndose de mis chistes. ¿De dónde me saldrían tantos. Estaba inspirado, la verdad. Empezaba a hablar y ¡pa! Un nuevo chiste. Creo que los inventaba. Todavía me acuerdo del principio. Qué seriecita. Con nadie quería bailar. Yo me animaba y me desanimaba. Pero cuando la fui a sacar no se hizo la de rogar, eso me gustó. Todavía así, me costó decirle: “¿Cómo te llamas?” Tanto problema: yo me llamo así, muy suelta, dándome confianza, “¿y tú?” ¡pucha! Ahí me di cuenta que quería conmigo. Entonces no me quedé, y no la dejé hasta el último. Al otro día nomás empecé a ir a su colegio, a la salida. Sus amigas ya me conocían y me la dejaban solita. Sacaba pecho con ella por las calles, todo hablador. ¡Claro que quiere conmigo! De dónde acá esas risitas, esa vocecita afectada, ese entornarme los ojos cuando me hablaba. Pero ahora que me vea así, ¿qué pensará? Cuando empecé con esta chamba daba vergüenza, caray. La hembritas del barrio venían a hacer el mercado, yo palteadazo: no sabía dónde meter la cabeza. ¡Ya quería ser misma avestruz! Ahora me doy cuenta que me pasaban la voz para que perdiera la vergüenza y me hiciera al ambiente. Después, cuando venían, hola hola, yo normal. Pero con esta hembrita es distinto. Me ha visto todo bien cambiado, que ni pensará que soy vendedor ambulante. Uy el choche, cómo se afana, cómo grita. Déjalo. Qué importa si no vendo nada hoy. Solo salir de esto, ahora. Pero, ¿otro día?, puede volver. ¿Otra chamba? Primero pasar este problema. La señora está escogiendo limones, parece. Y ella con una bolsa en el pecho. Cebollas, zanahoria. ¿Cansadita? ¿Te ayudo? Empieza a venir más gente. ¿Déjenme ver! Ahí están. Las sigo viendo. Atento, atento. Parezco choro mirando así. La gente pasa mirándome. ¿Quiten! Se acercan más. Aguanta. ¡Salgan! Su mamá está conversando con la señora de ese puesto. Ella ha sentado la bolsa sobre la mesita. Ahí está. Enterita. Sus brazos cruzados en el pecho, un poco inclinadita. Noblecita. Con ese cerquillito. Más linda que nunca. Hola, flaquita. Si fuera en otro lugar, caray. Sería otra cosa: hasta guiñitos le estuviera haciendo. Y ahora, ¿podrá aceptarme? Adelita. Escucho tu nombre y ahí estás en mi cabeza. Leo el horóscopo y ahí mismo tu vocecita tímida diciéndome: “Soy Géminis”… Adelita. ¿Te casarías conmigo? Bah, ¿no puede ser? Sobrado la puedo mantener y… No puede ser. Le gustará un universitario. ¡Espera! Yo le dije que estudiaba en la UNT. Me verá trabajando pues. Hola hola, y después le dirá a su mamá: “Estudia en la universidad y trabaja. Estudia y se mantiene solo”. Ya está. A los viejos les gusta eso. Pero a lo mejor con la impresión de verme así se olvida, y qué pensará. Es un vulgar vendedor. Le dará vergüenza decir: “Mamá, un amigo” Pasará de frente. Ya no te quiero, Adela. Vete, de una vez. Si viene, qué caray, no estoy robando. Además, no le he dicho tengo buena casa, carro, sirvientas. Caray, si viene, hola Adela, normal, ¿tu mami?, la mano, señora, mucho gusto. Shist, ¡guarda! ¡Ahí está! ¡Cerquita! ¿20 pasos? No, no me reconoces, Adela. Con esta facha, quién pues. No te rías, choche. Todavía puedo quitarme. Qué me importa. Que venga. Ya habrá otras hembritas. Más bonitas. Ya habrá. Aquí está… En el carnicero. ¡Más cerquita! Buenos días buenos días. Bien. ¿Un kilo? Un kilo. Chac chac, un kilo. Bien pesado. Gracias gracias. ¡Ahora sí! ¡Atento! ¡Aquí viene! Quitarme, ahora sí. Ya es tarde. Calma, calma. Aquí está ¡en mi delantito! Grita, choche; ahora sí; quítame estos clientes. La visera. Bajarse la visera. Cambiar de voz. No mirar para nada. Me estará mirando. ¿Cuánto vale esto?, ya escucho; mami, cómpramelo. Cómo te gozarás, serrano, con mi cara que ya revienta. ¿Cuánto vale esto?; ¡de una vez!. Ahorita coge un polo y me pregunta. Vas a verme la cara, te vas a morir de la impresión, Adela. ¿Me hablará? ¿Hola, Beto? ¿Mamá, un amigo? Todavía puedo irme. Con la mano en la barriga, salir corriendo, como loco, ay ay, qué me importa. Ahí voy: uno, dos… ¿se van? ¡Se van, choche! Tanto problema. Deme esa mano, chocherita; seamos amigos. Da ganas de abrazar a todo el mundo. ¡Guarda! Adelita ha volteado; me está mirando, me sonríe, me está echando la mano. Me fregaste Adela. No, no me digas hola, no. (Cuento premiado en los Juegos Florales de Educación, UNT, 1986)

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