domingo, 31 de enero de 2010

CUANDO IMPORTABA UN PEPINO HABLAR COMO GRINGOS

El motivo por el que dejamos de darle importancia al idioma del Tío Sam, a finales de los 60, se debió, entre otras cosas, a la imperativa ordenanza del general Velasco -el presidente de entonces- de renunciar a todo lo extranjero.
En realidad, la artillería estaba dirigida hacia el Gran País del Norte, por lo de “monstruo imperialista” y todo el rollo aquel. La lógica era que al desdeñar su idioma, estábamos cerrándoles las puertas a su arrolladora intromisión. Tal se creía.
Eran tiempos en que el país era sacudido por los mensajes casi diarios del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, que empezó privilegiando el quechua, al punto de oficializarlo como nuestro principal idioma, delante de la lengua de Pizarro y compañía. Tiempos en que se volvía a “nuestras raíces nacionalistas”. Debimos entonces acostumbrarnos a leer términos quechuas en periódicos y revistas o a escucharlos en radios y televisoras (cómo no lo iban a hacer si los militares los tenían del cogote). Recuerdo que un canal de TV empezaba sus emisiones con un saludo en quechua, y yo, que acababa de saltar la valla del primer lustro de vida, tuve siempre la certeza de que aquella voz en off era la del mismísimo Manco Cápac.
Etapa muy curiosa aquella. Se desempolvó la bandera del Tahuantinsuyo, y sus siete colores fueron a flamear junto a la blanca y roja acostumbrada. La imagen del melenudo Túpac Amaru se convirtió en el ícono representativo del gobierno velasquista, y muchos de los catorce incas fueron a poblar, con sus mejores galas, en las monedas de 5 y 10 soles y en los billetes de hasta 500 soles.
Esta retahíla de “cambios de estructura social”, más de las veces ridículos, hizo, por ejemplo, que todos los 7 de junio, en la Jura de la Bandera, a lo largo y ancho del país y frente a broncíneas esculturas del héroe Francisco Bolognesi, nuestros cachaquitos cambiaran el tradicional ¡Sí juro! por un unísono y estentóreo ¡Ari jurani!
Fue también por aquella corriente nacionalista (sic) que se prohibieron aquellos bonitos trajes de los colegios privados. En su reemplazo, se ordenó que todos los alumnos usáramos el uniforme único (pantalón o falda color gris oscuro y camisa o blusa blanca, según el género del usuario-a), aunque los colegios privados mantuvieron un buen tiempo sus modelos copiados de sus similares americanos o europeos.
El cambio alivió, de buena forma, a los que usábamos, en los colegios nacionales, el sofocante uniforme color caqui, tipo comando, con cristina (sic) y corbata. A propósito de esta indumentaria cuasi militar, hasta ahora no me explico cómo es que no nos ahorcamos con esa bendita corbata, cuando en los recreos disputábamos la pelota en multitudinarios partiditos de veinte contra veinte, máxime si se tiene en cuenta que muchas veces hacía de pelota un frasco de plástico o una chapita recogida al paso.
Fue así que el desdén gubernamental por el idioma yanqui mandó olímpicamente al ostracismo moral –y físico– a las academias que enseñaban “el idioma imperialista”. Por eso dimos en hablar el inglés a nuestro libre y soberano albedrío. No había quien nos echara en cara su incorrecto uso. De modo que era común y aceptable decir: “Me compré un maletín tipo Yames Bond” (en alusión al que usaba el Agente 007) o: “Vi una película de Richard Burton (dicho tal como se escribe) con Elizabeth Taylor” (no Téilor) o: “Me gustan las películas de Charles (no Charl) Bronson, pero también las de Yon Wayne (no Weyn) y de Burt (no Bart) Lancaster; o: “Escuché el último disco de Los Bitles” (no De Bídols como dicen los afectados de ahora) o también: “Como no había Coca Cola, me tomé una Crush” (no croash) y: Mi tía se compró una máquina Sínger (no decíamos sénger).Tampoco se decia ‘maid in’ cuando leíamos: made in USA. De este tiempo viene la pronunciación de Garage; nadie decía -inclusive ahora- garash.
Sin embargo, en estos tiempos nadie diría, por ejemplo, “gatorade” tal como se escribe; te mirarían de arriba abajo y solo cabría la expresión: “qué ignorante eres”.
Pero no se crea que fuimos tan ígnaros en la pronunciación inglesa. Verbigracia, decíamos Róyer Mur, un tanto agringados pero de todos modos nacionalmente huachafos, cuando nos referíamos a Roger Moore, el inglés que daba vida al segundo Bond. En este orden estaban las palabras –algunas francesas- que pronunciábamos a diario –agringados, huachafos- ayudados por la publicidad sobre todo radial (tanto se nos repetía, que debimos imitar la pronunciación): yilet (Gillette), yínyerel (Ginger Ale), Cánadadray (Canada Dry;), maniquiur (manicure), pediquiur (pedicure), butic (boutique), frigider (frigidaire), nashonal (Nacional); las decíamos sin saber (no nos importó nunca) cómo se escribía. En este lado estuvieron los vendedores que se resistían –a fuerza de ir al paredón- a cambiar market o minimarket por mercado o mercadillo, respectivamente, porque “impresionaba, jalaba gente”; estrategia que el común de la gente conocería unos veinte años después –siempre agringados– como marketing.
Estas arbitrarias licencias hizo que creáramos palabras, ayudados por la generalización y la costumbre, y las instituyéramos en soberbios peruanismos: guachimán (de watch man), sánguche (de sandwich), Wáter (escusado), para citar algunos, y que denomináramos a muchos objetos por el nombre de su marca registrada; verbigracia: frigider, ace, kolinos, termos, etcétera.

Días van días vienen, como decía el maestro Ciro Alegría, y ya pasadas tres décadas de aquel precepto velasquista, el idioma inglés ha inundado el discurrir verbal diario, aprovechando el caldo de cultivo llamado globalización, hasta convertirse (¡a lo que hemos llegado¡) en una necesidad de urgencia social. No es cuestión de si hemos puesto a un lado la barrera del nacionalismo velasquista o que estamos cogidos de los estribos del carromato imperialista (Fidel Castro díxti). El asunto ahora es de coyuntura social, aunque no lo queramos admitir. La consigna es: si no sabes inglés, estás frito; y si vas a hablarlo, hazlo correctamente, eso sí.
Encima de todo, se ha posesionado como el idioma universal. Las etiquetas de productos importados vienen con el idioma de origen y, en caracteres más grandes, el escrito en inglés. Los anuncios privilegian el inglés antes del nuestro, lo cual ha degenerado en que, verbigracia, los comerciantes olviden el idioma de Castilla cuando quieren ponerle un nombre a su negocio, “porque es más llamativo”. Ahora, no es gimnasio, es gim (se pronuncia ‘yim’, por si acaso); es barman, no hombre que prepara los licores (licorero, en todo caso); es delivery, no compra por encargo; es zorry, no perdón. Para qué traducirles si ya saben ustedes qué quieren decir cuando se dice: please, bye, crazy, party, shopping, cool, (la lista es interminable, ya lo saben). Todas estas y otras palabras dichas en un correctísimo inglés; porque ahora las academias te lo hacen hablar en un quick (no en un santiamén, locución castellanísima que ningún muchacho podrá entender, desde luego).
En este estado de cosas, sería “contraproducente” desecharlo de la Programación Escolar, sobre todo en el nivel Secundaria, ‘porque nuestros muchachos deben estar a la altura de las circunstancias, porque la globalización lo exige y porque…’. Pero aún y todo, todavía me choca que algunos padres salten hasta el techo de alegría porque sus vástagos de tres, cuatro añitos y que ya están en el kinder han pronunciado amarillo en clarísimo inglés, por lo cual no dudarán en mandarlos en vacaciones para que asistan al ciclo inglish beibi (sí: es English Baby) y las mamis lo tendrán de tema de conversación con sus amigas sobre las proezas idiomáticas de sus pequeñines, las cuales amigas, a su vez, comentarán que sus nenes también tienen lo propio porque asisten a sus clases de inglés, y con profesores nativos, ah.
Ya habrán caído en la cuenta, entonces, en que ahora sí importa –y más de un pepino- hablar como gringos -americanos como le dicen hogaño-, a despecho de quienes nos sentíamos tan cómodos hablándolo en un estado tan dulcemente inocente, primitivo. Más bien, ahora –está por demás decirlo- se debe tener cuidado de hablarlo correctamente, si no quieres ser el centro de las miradas y te vean como un bicho raro y descubran que no estás a tono con el tiempo (es decir: hablar correctamente el inglés), ok?

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